El
verdadero dolor es el de tener una libertad que nunca se quiso, y no acordarse
para nada por qué. En eso y no mucho más pensaba Juan, sentado en el banquito
de las tardes, mientras miraba un arbusto que nunca le había gustado, pero
estaba ahí. La imagen, desde lejos, era más bien ideal y bucólica: un viejito
canoso y con los ojos vidriosos, sentado en el patio de una residencia, mirando
la vegetación, como disfrutando de los últimos embates de una vida realizada,
que ya de tanto pasado agradable no daba más, todo en su lugar y bien
merecido, y ojalá poder llegar a ese momento de esa manera. En verdad, a Juan
se le llenaban los ojos de lágrimas porque tenía problemas en la vista, se le
tapaban los lagrimales, y a esta altura de su vida el oftalmólogo le había
dicho que no había mucho más por hacer, simplemente secarse cada vez con un
pañuelo de tela suave. Lo había hecho las primeras semanas, pero después, como
todo en ese SU tiempo, se fue olvidando. No se olvidaba porque tuviese alguna
enfermedad degenerativa en el cerebro, sino porque las cosas perdían su
importancia, desde hacía tiempo. No sabía desde cuándo, pero estaba seguro que
algún hecho en particular era el gran causante de que las cosas empezaran a
desvanecerse ante sus ojos, antes de llegar a materializarse en su cuerpo.
Olvidaba por decepción. Por eso al arbusto, en realidad, ni siquiera lo
percibía. Estaba ahí, como el banco y el patio, y todo lo que lo rodeaba sin
interpelarlo, sin modificarlo, sin sentirlo. Las lágrimas caían y él solo esperaba
el alivio de que siguieran su curso y lo dejasen en paz, mirando la nada,
pensando en qué era lo que lo había depositado en ese estado de olvido
voluntario. En algún momento de lucidez, llegaba a pensar que le estaban
mintiendo, que tendría alzhéimer o cualquier enfermedad de ese estilo. Pero no
parecía. El doctor Juárez lo examinaba todos los meses, y no encontraba nada.
El paciente está en óptimas condiciones, sentenciaba, con los achaques de la
edad, obvio, pero en perfecto estado. ¿Y cómo se siente de ánimo? Juárez lo
chicaneaba, porque sabía de sus tardes al sol mirando la nada, y de sus días en
soledad sin recibir visitas. Él lo miraba, con los ojos llorosos pero sin
emoción, y contestaba con un lapidario BIEN. Con eso el doctor Juárez no tenía
mucho más que hacer. Le daba las pastillas de siempre para mantenerlo con mejor
calidad de vida, un apretón de manos y que pase el que sigue. Juan volvía a su
habitación, se guardaba las pastillas y se recostaba a mirar el techo, algo que
lo relajaba un poco, antes de tener que sumarse a la cena en el comedor general.
Miraba las telarañas de las esquinas, las grietas en la pintura blanca y
trataba de acordarse de los techos de las casas donde había sido feliz. Había
uno en particular  -no sabía bien por qué
de eso sí se acordaba – que le daba sensación de haber pasado un buen momento…
Ahí, en ese techo color morado. ¿Sería posible que tuviera ese color, que
pareciera tan cálido en su recuerdo? ¿Estaría en la habitación, con alguien
especial? Hacía fuerza por recordar más, que es la gimnasia más complicada de
hacer, porque cuando se es más joven se practica de manera natural,
imperceptible, entonces uno la descuida, a la memoria. Y cuando te das cuenta,
ya está, perdiste el hábito y no hay manera de recordar cómo se ejercitaba uno
para acordarse de las cosas. Es tarde, se terminó el ejercicio y no se puede
recuperar más del capítulo. Pero algo había en esa ráfaga de memoria atrofiada, un techo color
morado, perfecto, sin rajaduras ni telas de araña. Y el sentimiento lejano pero
cálido, de que lo que sucedía debajo de él era perfecto. Cerró los ojos
para forzar más el recuerdo. Todo quedó en otro intento fallido, el mismo
intento de todos los días, el límite a la felicidad que tal vez nunca había
existido. Después de todo, pensaba Juan, es mejor así, no había nostalgia si no
había recuerdo.

“Tú también
recordarás el pasado con interés cuando seas viejo” (Pnin, Vladimir Nabokov)


*Fragmento de un posible relato, que vendría con la siguiente música de fondo:

*******************Humildemente, Juan*********Y sí que van pasando los años************
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