MIRAR POR LA VENTANA (recordar es reescribir)

La ventana es una sombra
de una sombra
de un reflejo
sin luz,
de un pasado
de un recuerdo
de una elipsis,
lo que no está
pero que se siente,
un vacío incompleto
con la certeza
del ahora,
que es un patio
que no se ve
de un muérdago negro
que crece como enredadera
en la sombra que es la casa,
la sombra de la sombra
de la sombra,
de macetas con niños plantados
que crecieron
arrancando raíces,
con abono de domingo
de huellas de pasado,
espacios de relleno,
palabras sin pronunciar,
pero no muerte
sino vacíos,
unos dentro de otros,
capas de pintura
descascarándose,
manchas de manchas
con humedad de marzo,
escenas que son rastros
de rastros de rostros
sin valijas,
sin aliento,
fantasmas de fantasmas
en sepia
como sábanas del mar,
todo en una vez
y en un mismo lugar,
el pasado del pasado
que es relectura del futuro,
sombra de otra sombra,
reflejo sin luz,
sol de noche eclipsado,
ventana sin perspectiva,
sin salto,
vientre vacío
que crece,
toma el patio
que es un aljibe
por el que se baja
hacia un túnel
que conduce a un espacio,
centro de la tierra,
sombra de sombra
donde todes vamos a caer,
porque miramos
condenados
la misma ventana

ABRIR

Las ventanas existen,
entre otras cosas,
para ser abiertas,
y no es que vaya a volar
esta tarde,
pero, perdoname,
lo voy a tener en cuenta

MI VENTANA (a Hugo Reynaldo Penino)

Los imponderables de la vida real
– y en esto parafraseo
rápido y mal a un antropólogo
social cuyo nombre poco importa –
llevaron a que este 24 de marzo
sea diferente.
Por eso lo paso solo y encerrado
como tantes en el mundo,
y no puedo marchar.
Acepto la realidad
que pesa hoy tanto como el pasado,
y termino como todas las mañanas
abusando de tu foto.
No se me ocurren más
palabras para evocarte,
tal vez saber que me reconozco
entre tus gruesas cejas
y en esa sonrisa,
que para mí es eterna
…eterna mañana de sol
como una ventana abierta
llena del futuro que pensaste…
Y te sigo robando gestos,
soy un ladrón mediocre
de grandes ideales,
y vos sos mi Quijote
para hoy,
y para siempre
que me toque levantarme
un día en el que el mundo
no tenga nada bueno que dar.
Te quiero mucho,
como repito todos los años:
aunque no te haya conocido,
y quiero todo lo que vos querías
para que podamos marchar juntos,
ahora que cerremos los ojos,
nuestras cejas gruesas caigan
y nuestra sonrisa
esté plena de vida,
en medio de cualquier incertidumbre,
con el miedo siempre acechando.
Elijo que seas mi ventana
abierta y llena de sol.
Ahora y siempre.
Ahora
y siempre.
Ahora
Y
siempre

MEDITACION A TRAVÉS DE LA VENTANA

Hay
un hombre solo,
sentado en una silla de madera corriente,
con almohadilla roja que sostiene la comodidad de su culo.
En la mesa se observan, se perciben, se palpan:
un trapo sucio con ADN italiano,
un rollo de papel cocina,
un cuaderno de poesía
y un par de libros.
Los dos tienen versos,
tan distintos como enormes:
¿Qué podrían tener en común
Alen Ginsberg y Víctor Rodríguez Nuñez?
El segundo cubano, el primero yanqui.
El primero con verso libre, el segundo más clásico.
El segundo con una portada que muestra una calle
de asfalto angosta,
imagino que cerca de Cayama.
El primero ¿un autorretrato?
en todo caso es su rostro en primer plano,
impreso sobre una tapa verde claro, agua.
Cerca de ellos, todavía,
aparece una novela de Saer,
leída meses atrás:
Nadie, nada, nunca.
Un centro de mesa en un extremo,
el que da a la ventana,
que está sucia de polvo,
salitre y arena levantada por el viento norte,
que acerca el calor y las gaviotas por ruta once.
Más allá de la ventana, un vacío de comida rápida,
con la chimenea todavía tibia
por el vapor de los restos del sacrificio.
Debajo, un playón espacioso que sirve
de aguantadero de consumidores pasivos,
hoy ausentes y ansiosos encuarentenados,
apurados por volver al ritual del consumo.
En el recuerdo imborrable, el grito de un parroquiano
«te dije que la quería con lechuga»,
inquietando a la fila de coches detrás,
que ahora solo puede imaginar.
Empieza a dudar de que Dios exista.
Lo que sí hay es un mástil gigante,
con una bandera en la parte superior,
rastro ineludible de que allí, alguna vez,
existió una nación.
El trapo flamea apuntando a la ventana,
donde el hombre solo medita,
con los brazos tendidos sobre la mesa.
Del otro lado sabe que hay toda una ciudad,
que es como un universo en fuga,
que encierra miles de espíritus desesperados.
Algunos corazones laten fuerte,
solo siguen el ritmo del funeral común.
Otros, ya fueron enterrados.
Si esa ciudad mirara al norte,
descubriría que la luz natural
ya no alcanza, sobre las siete y media
de cualquier tarde.
Que los focos son tan tenues como inútiles
para descubrir a todo un mar,
que va desapareciendo de los balcones.
Imagina dos chimangos que sobrevuelan el pluvial,
en busca de restos de vida,
mientras el agua de la lluvia baja
y se junta con el océano Atlántico,
cambiando la composición original.
A lo mejor, bajo uno de esos faroles que funcionen
en el pasado, una pareja se mira a los ojos
y piensa en suicidarse en la cama,
por la noche.
Luego, el 221 pasa fantasmal, vacío,
en dirección a la oscuridad total,
como un platillo volador surcando
universos desconocidos.
Desde la rotonda llegan voces distantes de algún auto,
motos de repartidores,
apurados por esquivar partículas sospechosas.
Hoy a las 23 pasan una película de Jane Fonda,
una anterior a su visita amistosa a Vietnam del Norte.
Alguien, alterado en sus nervios, no se lo perdonará nunca,
aunque no pueda dejar de masturbarse en su nombre…
…Barbarella…
Aquaman se quedó atorado entre los hierros oxidados
del barco hundido – …Marcelina… –
Hace años que ningún pez lo escucha.
La marejada, indiferente y en soledad,
ha decidido partir cada una de sus olas en diez,
más pequeñas y espumosas.
La escollera aguanta los embates de las olas,
sola como nunca pensó,
los peces se le animan a la seguridad de la orilla,
abandonan sus aventuras de mar adentro.
Al fondo, un horizonte que ya no es de nadie.
Las terrazas de dos edificios se perciben
con la emoción del encierro obligado.
Dos o tres calzones, diez bombachas
y cinco remeras que se secan al aire nocturno.
Los broches se van quebrando por la exposición
sin tregua al sol y la salitre.
Nadie tiene pensado un asado para hoy.
Los lugares cambian de humor
según el uso que se les dé.
En fin de año, esas terrazas sonreían
y gozaban de las luces, la suntuosa comida,
las bombachas rosas, los calzones nuevos
y la ignorancia del futuro apestado.
Nada florece, en este olvidable anochecer.
Una racha de viento duro,
trae la mirada perdida del afuera
hacia la mesa,
donde el hombre solitario encuarentenado,
medita.
Parece cansado o recién levantado,
perdió la noción de qué hora es.
Pudo haber soñado con algo
que lo sorprendiera.
Tal vez, solo apagó su cerebro
y busca una imagen para habitar
y ser solo presente,
quedarse allí una hora,
para después seguir sufriendo.
Está ligeramente encorvado,
un padecimiento común
entre las personas que superan
el metro ochenta de altura.
¿Qué mira ahora?
¿La ventana y su afuera?
¿La mesa y sus objetos?
¿O son las cosas las que lo miran a él?
Ya no es joven,
aunque tampoco viejo.
Se percibe el vaivén del latido
de su corazón cansado,
en alerta,
el ritmo sincopado
de su respiración resignada
por las prohibiciones de vida
¡No es un objeto más en la mesa,
sobre la silla!
Es alguien, aunque ya no se lo pueda imaginar.
Debiera mirarse al espejo
y abrir muy bien los ojos
para estar seguro de que existe el tiempo,
que lo habita a él
y a todas esas cosas
que se pueden ver y percibir,
como ayer, otra vida.
Parece aburrido, durmió mucho,
amaga con terminar la meditación.
Un sonido llega del celular,
desde otro no espacio cerrado,
lo hace volver a lo totalreal del momento,
a emitir juicios que no quiere,
a lamentarse lo no hecho en el pasado,
porque intuye que ya nada será igual.
Pero eso ya lo sabía.
Ahora, su corazón asume otro ritmo,
su respiración tiene otros tempos.
Las cosas desaparecen en un abismo,
nada queda de la mesa, la silla, los libros
y el viento norte.
Encuarentenado.
Su universo, por otros días más,
quien sabe cuántos,
se contrae

CERRAR

Entonces un claro de luna
asalta los cuerpos sudados,
las articulaciones en cuarentena,
se siente el sabor a sexo prohibido.

Y es tarde para cerrar la ventana
las moscas de interior
no van a salir,
el pasado quedará afuera.

Pero hay que empeñarse, ¿no?,
hacer ejercicios de ventana,
tres veces a la semana
y asomarse a ver cómo las golondrinas

bañan sus cuerpos en la playa,
cómo los vecinos se duchan,
cómo tres personas hacinadas
se golpean las cabezas contra el balcón.

Todo termina para la madrugada,
los despojos son gotas de sangre,
héroes que no van a despertar,
la ventana no va a cerrar.

—————-Por JMP (contacto: juanmanuelpenino@yahoo.com.ar)——————————————————-

*(Publicado originalmente el 26/03/2020)

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